El Tapón del Darién es uno de los lugares más picantes de nuestro picante mundo. Y en diciembre del 2012 pensé en cruzarlo a pata para llegar de Colombia a Panamá.
No lo hice, porque la vida es maravillosa, pero casi lo hago y quiero recordarlo con el mayor lujo de detalles que me quedan después de 10 años y 2 meses. Lo habré relatado mil veces, pero llegó el momento de contármelo a mi mismo, registrarlo, y ayudar un poco a mi memoria para que no cueste tanto volver a aquellos 3 días fuera del tiempo.
Digamos que primero hice dedo en el Golfo de Urabá. En realidad, me compré un pasaje hasta la mitad del trayecto que separa en barco, velero o lancha, Turbo de Capurganá. Tenía plata para menos de todo lo que quería hacer: llegar a Panamá City donde me esperaba mi amigo Manu, con el resto de nuestro fantástico y mítico viaje por Sud y Centro América. Un robo, el cambio de temporada - de baja a alta - y la chance de una multa en la aduana colombiana por turista saliendo un día tarde del país (máximo 90 días), dejaron mi economía en solo un eco. Me faltaban dólares, pero me sobraban ganas. Y salí bien temprano desde Turbo en un barco, creo que el pasaje me dio hasta Trigana, y de ahí hice dedo en tres tramos hasta llegar de noche a mi primer gran destino. En el medio ayudé a cargar y descargar cosas, personas, animales, y la última lancha casi se da vuelta porque cuando oscurecía, el mar se ponía bravísimo. Y además allá al fondo había nubes negras.
En Capurganá me prestaron un pedacito del patio en un hostel. Armé la carpa, salí a caminar en un pueblo sacado del García Márquez que se te ocurra y me volví a dormir que se venía un mañana muy pesado. Eso sí, estaba un poco más tranquilo porque me confirmaron que no me iban a hacer una multa por el día de retraso, el tipo de la aduana era un campeón, ya curtido con gente en mi situación… Peeeeero todavía quedaba noche, y un par de horas más tarde me desperté bajo el agua dentro de mi carpa. Llovía tanto afuera que no había diferencia con adentro. Salí y ví la peor tormenta: todo volaba, las palmeras parecían de papel y la carpa con mis cosas (no muchas, pero mojadas pesaban bocha y además tenía el djembé) casi no se veía entre la lluvia. No había nadie en el hostel, ni se me cruzaba despertar a la señora dueña, lo único que faltaba era que me echara y me pasara lo mismo pero en la calle. Então, me paré abajo de un techito y no sé cuánto tiempo después llegó una huésped que me dejó entrar porque no podía creer lo que veía. Me desperté tipo 7, comido por los bichos, con un solazo tremendo y me dispuse a secar el mar. A eso de las 9 fui a la oficina de la empresa de lanchas que iban y venían de Capurganá a Puerto Obaldía todo el día. Restando lo que creía costaba el viaje de Puerto Obaldía a Cartí (camino a Panamá City), me faltaban 5 dólares para el pasaje. Y el tipo que vendía los tickets era un roble, no cedía bajo ningún tipo de nada y además me bardeaba por viajar sin plata. Habré estado 2 horas yendo y viniendo del muelle mientras salían lanchas, y el tipo solo me hacía la ley del hielo. En una le dije que sino me iba a ir caminando. Se rió, y yo pensé ¿en serio lo haría?
Resulta que había conocido un pibito en la playa, de esos que se te pegan para vender, ayudar, manguear, compartir, todo… Un duende de 10 años que me aseguraba que podía llevarme durante el día a una playa cercana, ya en Panamá. Cerca nuestro había un soldado, 20 años, contradiciendo casi todo, pero que nunca lo había cruzado así que el pibito no se dejaba amedrentar. Me decía una y otra vez con gran firmeza, él y sus primos me podían llevar hasta, casi, mi destino. Y pasaban las horas, y honestamente no había leído ni sabía que era realmente tan heavy esa parte de tierra que une Colombia y Panamá. En fin, a unas horas de que saliera la última lancha, con la idea de cruzar caminando cada vez más caliente, me acerqué por enésima vez a la oficina. Estaba cerrada. Bajando por la callecita principal, a las puteadas porque mi mochila seguía pesando mil kilos, empecé a entrar en el conocido vértice exponencial de la demencia y sin que me importase ya nada, me puse a vaciar la mochila en la vereda para poner a secar las cosas… Ahí, en la calle. Entre el peso de mis cosas, creo que algo de hambre y sed, y mucha pero mucha rabia por no poder avanzar, colapsé.
Y acá se va todo al carajo, todos de culo al piso en un mambo re copado: habían dos viejos sentados en la vereda de enfrente. Ya los había visto antes, creo en aquel momento que me dio vergüenza sostenerles la mirada, y resulta que al rato me llaman. Chiflando me gritan “che!” y a pura pregunta me hacen cruzar la calle. Eran de libro: flacos, largos, morenos, curtidos, bermuda y camisa manga corta, uno tenía una gorrita, los dos más arrugas que un elefante. Estaban entre que se reían y meneaban la cabeza mientras les respondía lo que me pasaba. Todo lo que me pasaba. Era tragicómico, cada frase de la historia empeoraba, hasta el plan de cruzar caminando con el pibito les dije. No sé si lo vi y entendí al toque, o si no me di cuenta hasta que lo estiró en sus manos: vi un billete de 10 dólares, que uno de los dos tardó un rato en sacar de un monedero y desenrollarlo, mientras yo seguía hablando. Me regalaron 10 dólares, 5 para “el hijueputa de las lanchas” y 5 para “agua y galletas, ni se te ocurra tabaco”. Fui corriendo a la oficina, ellos me cuidaron las cosas, enojado y haciendo escena compré mi pasaje. Al tipo le chupó un huevo y me lo dio como si fuese la primera vez que me veía. Volví flotando con mis viejos nuevos amigos. No recuerdo sus nombres, solo sus abrazos de pie y el nombre de uno de los dos libros que les dejé (Las venas abiertas… de Galeano). También me llevo para siempre el acento que le puso al no comprarme tabaco, incluso ellos me convidaron 2 como para que no me tentara.
Creo que los viejos sabían que 10 dólares no alcanzaban para más que salvarme de cruzar la selva a pata. Y yo sabía que de ahí en más, pase lo que pase, iba a encontrarme con Manu en Panamá City. Lo que nadie sabía es que una semana más tarde iba a conocer a Mara en nuestra primera Navidad juntos. Nada, todo eso.
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